En mi juventud no caí en el vicio del cigarrillo. Nunca consideré el acto de fumar como una forma de realizarme. Fumar de manera compulsiva, sin apenas degustar el sabor que pudiera tener un pitillo, no me atraía lo más mínimo.

Sin embargo, me seducía ver a los señores que yo podría considerar “mayores” deleitarse con aquellos cigarros que saboreaban y disfrutaban hasta la extenuación, hasta el final, hasta la última bocanada.

Y esa pasión fue haciendo mella en mí a partir de haber cumplido la veintena, pero lo hice sin demasiado énfasis, no encontraba un cigarro que me impresionara lo suficiente para volcarme en él y disfrutar con naturalidad de tan excitante placer.

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