El glamour, como la clase, es un concepto borroso, fácil de percibir, pero difícil de explicar. Hablar de glamour es hacer referencia al estilo, a la educación, a la belleza, a la elegancia y, aunque muchas veces forme parte del lujo, no proviene de él. Y precisamente por eso, tener glamour se convierte en el Santo Grial del sector de la exclusividad: algo a lo que es imposible poner precio es infinitamente más deseado por el que todo lo puede comprar. Cierto es que muchas veces son el marketing y los medios de comunicación los que confeccionan a la medida de lo que les interesa el imaginario colectivo de lo que debe ser considerado glamour, sobre todo en esta época de redes sociales donde todos opinan y tienen las mismas oportunidades de vender y venderse.

Afortunadamente, no ganan siempre los horteras que son tan pobres que sólo tienen dinero. Y si no, haced la prueba: ¿quién tiene más glamour? ¿Victoria Bekham o Angelina Jolie? ¿Kim Kardashian o Lana del Rey? ¿Paris Hilton o Beyoncé? Y en la sección masculina: ¿David Hasselholf o George Clooney? ¿Lorenzo Lamas o Leonardo Di Caprio? ¿Vin Diesel o Hugh Jackman? Si bien es cierto que, para gustos, colores, estamos seguros de que una mayoría de nosotros coincidiría en su elección. Algo que tiene su base científica en lo que un día fuimos y en nuestros instintos primitivos… pero ya buscaremos otro artículo para profundizar en ello.

Sirva esta breve introducción al glamour, ese hechizo al que se referían los ingleses en el siglo XVIII por el que se alteraba la percepción de la realidad de una persona, muy similar a lo que ocurre con el arte, para extrapolar sus manifestaciones también en el sector de los cigarros. Fumar puros es, en la actualidad, un elemento clave de la soñada distinción social, del glamour que se anhela, pero pocos encuentran.

Quien hoy conoce los entresijos del sector de los cigarros Premium, de sus procesos, categorías, procedencias, de cómo se enciende un cigarro y cómo debe fumarse para apreciar todo su sabor, es considerado un nuevo maestro como antaño se comenzó a valorar al experto en vinos: los reverenciados sumilleres tienen su otro yo en los maestros catadores de humos, de buenos humos, claro está. Los que saben apreciar matices de sabores y aromas de los mejores puros, siendo también como en los vinos, una cuestión de paladar. Y la tendencia sigue al alza. Porque el glamour de los cigarros, impregnado desde hace mucho tiempo en políticos y estrellas de cine, de Winston Churchill a Clint Eastwood, sigue hoy más fuerte que nunca y alcanza nuevos sectores del lujo. Hasta los más prestigiosos chefs se han rendido a sus pies (en la foto bajo de estas líneas, el reputado cocinero Mario Carbone, con su padre).

Un dato: los fumadores de cigarros (que no de cigarrillos) en Estados Unidos son lo más cool del sector del ocio, apoyados por revistas, tiendas, y lugares sofisticados de encuentro. Todos ellos perciben los cigarros como un lujo a precio razonable que refleja estatus y éxito, gusto y refinamiento, educación, moderación y cultura. ¿A qué nuestra visión de Arnold Schwarzenegger se refina con esta imagen fumando un cigarro? Es lo que se llama dar un toque de distinción.

El tabaco, que siempre ha servido para caracterizar comportamientos y clases sociales, incluso mitificando, encuentra la máxima expresión del glamour con la imagen de celebridades fumando cigarros Premium, construyendo toda una simbología de satisfacción, madurez y, cómo no, poder. ¿Quién no se ha sentido nunca poderoso con un cigarro en la mano? Aún más, igual que el cigarrillo emula lo efímero de la vida, siendo tan breve y compulsiva su fumada, el contrapunto del cigarro transporta hacia conceptos de plenitud y éxito, como nueva metáfora de la inmortalidad.

Así lo sentimos en La Casa del Tabaco, y así lo reflejamos en todos nuestros actos, desde la selección de las marcas de cigarros que representamos y con las que compartimos los mismos valores (educación, gusto, respeto, esfuerzo, atención y exclusividad) hasta la relación con clientes, proveedores y empleados, cuidándola hasta el más mínimo detalle. Por muchos años, amigos.

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