La República Dominicana, uno de los principales productores de puros manuales del mundo, es considerada por expertos y amantes de la materia como una de «las mecas» de las vitolas, a un nivel equiparable al de Nicaragua. Este país, que ocupa la parte oriental de la isla La Española, reúne todas las condiciones para el cultivo de tabaco de la más alta calidad: un clima tropical suave y benévolo, suelos fértiles, altos niveles de humedad durante casi todo el año y una gestión meticulosa de cada metro cuadrado de la isla dedicado al cultivo.Entre playas paradisíacas, atardeceres con el sol cayendo entre palmeras y un ritmo de vida local que invita a la relajación, una buena fumada se antoja como un ingrediente más para mimetizarse con un país y la actitud de unos habitantes que tienen en el tabaco una de sus principales señas de identidad; bandera perfectamente representada por marcas como Patoro o Cibao.
Es complicado entender la historia de la República Dominicana sin pensar en el tabaco. En la época precolombina, mucho antes de que el ilustre navegante y descubridor genovés Cristóbal Colón atravesase el Atlántico y descubriese accidentalmente el nuevo continente, las tribus nativas insulares –arawak y taínos– ya llevaban siglos cultivando y fumando las hojas de tabaco.
Aquellas plantaciones indígenas son hoy grandes explotaciones que preservan la tradición de sus ancestros y, gracias a la constante innovación y al celoso mimo con el que mantienen sus plantas, siguen dando a luz algunos de los mejores cigarros del planeta. Con una producción cercana a los 350 millones de puros al año, los dominicanos están a la cabeza del planeta cigarrero a base de calidad, encanto y un sabor que sólo puede tener su origen en latitudes como la que disfrutan los afortunados que allí habitan.