Encender un puro para disfrutar de la calidad y los matices de su sabor requiere unos determinados rituales que permitan que ningún detalle estropee la experiencia. La conservación de las vitolas en los adecuados niveles de humedad es básica, así como un gesto tan simbólico como importante: el encendido.
Un consejo para los más meticulosos: conviene «calentar» el tabaco antes de proceder a prender la vitola. Unos segundos con la llama a unos centímetros del puro prepararán el terreno para una buena fumada. Con la perilla entre los labios, la llama que prenda el extremo opuesto tendrá mucho que ver en la adecuada combustión del puro y en la transmisión de su sabor sin interferencias a través de su cañón. Es importante tener en cuenta ciertas líneas maestras a seguir: una de las básicas es que nunca debe encenderse una labor con los tradicionales mecheros de gasolina.
La llama de este tipo de encendedores puede estropear tanto el sabor como el aroma de un puro. Con esta línea roja en mente, las opciones son claras: un fósforo de madera largo o un mechero de gas son las dos formas más recurrentes a la hora de prender un cigarro puro de forma que conserve todas sus propiedades y pueda deleitar a quien lo sostiene entre sus dedos.
Para ello, hay que seguir unos pasos. La llama debe formar ángulo recto con la vitola, y ésta tendrá que girar sobre sí misma de manera lenta pero constante. Este sutil movimiento permitirá que el fuego prenda el extremo del puro de manera uniforme mientras el fumador, pacientemente, aspira suavemente para que la combustión se extienda. El grosor de las labores influye en su tiempo de encendido de forma directamente proporcional: a mayor radio, más paciencia habrá que echarle para que el puro se encienda bien.
La incandescencia, por supuesto, no es eterna. Cuando el cigarro se apague habrá que repetir el ritual con el mismo esmero y paciencia que la primera vez.
