Desde tiempos inmemoriales, las fragancias han sido un elemento de lujo y refinamiento. La antigua civilización sumeria (3.500 a. C.) ya vinculaba los perfumes -del latín per, «por» y fumare, «a través del humo»- con la pureza y la exaltación divina, y uno de los requisitos para, después de muertos, trasladarse al mundo de los dioses por lo que fueron, y siguen siendo en nuestra época, objeto de deseo de las clases sociales más acaudaladas.
Los aficionados a los cigarros premium, acostumbrados a valorar no sólo los sabores, sino también los aromas del tabaco, suelen tener un olfato muy refinado para la elección de su perfume.